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Gobernar es lidiar con problemas retorcidos y enredados
Hacía mucho que no juntaba ganas para escribir un post, y el de hoy es básicamente un cortapega de la Wikipedia, que el hombrecito de mi estómago me urge a compartir. La cosa va de problemas realmente jodidos, de su gestión y de su imposible solución.
Periódicamente me meto en discusiones contra dos argumentos bastante extendidos. El primero es el que defienden los tecnoutópicos que creen que en un futuro la toma de decisiones podrá llevarse a cabo -o, al menos, orientarse con ciertas garantías- mediante sistemas automáticos de procesamiento de la información. La corriente del big data ha devuelto aliento a estos ingenieros sociales, que ahora defienden que todo es cuestión de recolectar los suficientes datos en tiempo suficientemente corto y con una enorme capacidad de procesamiento. Borges relativizaría sus argumentos con un par de educadas ironías
El segundo grupo es el de la Academia, o al menos, el del sector que propone una gestión pública basada en la evidencia. Desde luego, conocer e interpretar la evidencia existente es una buena idea. Sin embargo, algunas eminencias van más allá y sostienen que la evidencia existente debe guiar férreamente la toma de decisiones. La frase más frecuente es esta: «no deberías intentar esto: la evidencia dice que ha fracasado en un 80% de los casos». Yo les digo «OK, trataré de entender cómo ha hecho el 20% que obtuvo éxito».
En ambos casos, lo que no toma en cuenta la ingeniería y la Academia es que los Gobiernos tratan con asuntos no computables. O, para ser más precisos, con problemas retorcidos y enredados –messy and wicked problems. Con nudos gordianos que no hay buena forma de desatar con la premura de tiempo disponible. Con intereses cruzados y golpes por debajo del cinturón.
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