Elogio de la chapuza
Octubre está siendo un mes impúdico. No nos parece mal a nosotros, que hemos propuesto la obscenidad como principio a seguir. Estos días nos ha tocado reconocer que no disfrutamos trabajando, que vivimos en una burrocracia, que tenemos derecho a la pereza, que la ociosidad es elogiable y que la vagancia es una virtud y un antídoto contra el fracaso.
Ahora venimos a elogiar la chapuza, esa institución tan denostada por los ingenieros de ambos sexos, pero que tantas veces nos salva de la esterilidad de lo perfecto, reduciendo las ambiciones faraónicas a dimensiones humanas.
Son infinitos los argumentos a favor de la chapuza pero seré chapucero y sólo enunciaré un torpe subconjunto:
Esa presentación en PobrePoint ya está bien así. No la toques más. No dan un Óscar al mejor diapositivista.
Un documento no es un recreo para la vista. Hay suficiente elegancia en un texto bien estructurado.
GoogleDocs es suficiente para casi todo. Cuando no sea suficiente, pregúntate para qué quieres más. Lo importante del documento es su contenido, aunque salga un poco feo.
Scarlett Johansson no es perfecta. El Doctor House es un desastre.
La evolución natural, combinando chapuceramente partes imperfectas, obtiene maravillas como el guepardo o el cerebro humano.
Cuando más aprendo y cuando más tardo en olvidar lo aprendido es cuando meto la pata hasta el fondo. Se aprende más de los proyectos desgraciados.
Los amateurs son la sal de la Tierra. Crean sus imperfectas obras con una intensidad que suple todos los fallos.
Para mejorar, es mejor asumir un estado beta permanente; es decir, asumir que nuestro producto es, y será, una chapuza cada vez más perfeccionada.
La artesanía nos gusta porque no hay mayor belleza que la que la mano humana crea con humana imperfección.
En el MIT hay una gente que piensa que la simplicidad mola. Menos es más. Es más elegante el modelo básico que con todos sus extras.
La innovación pide tiempos de respuesta rápidos. Perfecto y rápido, es imposible. Hay que buscar un compromiso, una chapucilla.
El momento en que consigues poner todo el sistema bajo control es cuando todo el tiempo lo tienes que dedicar a controlar el sistema.
Los ERPs son como los HERPes: una vez instalados, sólo queda sufrirlos o amputarlos (gracias, Ricardo).
León Felipe lo dijo hace mucho, con mucha mayor elocuencia, en versos bastante chapuceros:
«La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo
cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero.»
Suscribo totalmente el elogio de la chapuza. Es más, a mi lo que me cabrea es el perfeccionismo, ese miedo a meter la pata que nos lleva a no actuar.
Es como si quisieramos aprender a esquiar sin caer ni una vez. Esperando a las condiciones ideales de nieve, la pista perfecta, el material más sofisticado… excusas para no hacer nada.
A ver si salimos del armario y admitimos que debemos cometer errores. Hagamos MAS chapuzas.
PD: porcierto, felicidades por el blog, llevo siguiendolo un tiempo y es una referencia para mi
@Fernando: tenemos la misma intención de provocar. En realidad, en este post hablo, más que a favor de la chapuza chapucera, a favor del amateur y de la buena solución que no pretende ser perfecta, y en contra de lo que podríamos llamar, mi literario amigo, el síndrome de Paul Valery. Parece que Valery consideraba que sus poemas nunca llegaban a estar acabados, un poco como le pasa a Antonio López en pintura. Como dice Pumba en El Rey León, «hay que dejar lo atrasado en el pasado».
Todo por provocar, ¿eh?
La disciplina no es patrimonio de los cuarteles. Los barrenderos, los astronautas, los músicos, los funcionarios, los artesanos, etc. etc., que quieran hacer algo por los demás y/o por sí mismos, necesitan mucha autodisciplina.
Llevo casi siete trienios soportando y cargando con chapuzas.
¡Un chapucero es un faccioso! ¡A las barricadas contra la chapuza!
Ustedes perdonen.
Incluso sin el emoticono, se notaba el cachondeo, Roge, pero me has dado una ocasión estupenda para adscribir a médicos e informáticos al grupo de los chapuceros. Y a los psicólogos, que es mi profesión.
Te puedes imaginar que iba de chufla.
Imaginaba una escena en que se juntaban un médico y un paciente, los 2 firmes defensores de la chapuza, y tras una intervención paradigmáticamente chapucera; en la que le extirpaba el órgano equivocado; amistosamente se tomaban unos vinos y hacían unas risas.
Haciendo un simil con el IVA, diferenciaba la chapuza soportada de la repercutida.
Un abrazo.
Roge, precisamente la medicina, en su mejor momento, es una práctica chapucera. No tiene nada de ciencia exacta, sino que tiene que conformarse con lo que ha funcionado bien otras veces. Doctor House es muy ilustrativo de esto.
Otra ciencia inexacta es la informática, esa artesanía de nuestro siglo.
¿ No seréis médico alguno ?
Por favor si lo sois, decidme donde prestais servicios, para no ir más que nada.
Yo la chapuza la he conocido (y cometido) tanto en la pública como en la privada.
Yo soy y seré siempre una chapucera: mis documentos, por ejemplo, nunca salen formateados y carecen del mínimo gusto según los estándares de hoy en día (hace 25 años, cuando todo se escribía a máquina mecánica, se les hubiera considerado, sin embargo, obras de arte). A cambiio no los imprimo 20 veces hasta que salen perfectos. Los bosques me lo agradecen.
Los chapuzas somos personas reconocibles por nuestros tubos de pasta de dientes: en vez de estar doblados desde el final, con cuidado y meticulosidad, los apretamos de cualquier manera y se convierten en escultoras vivas.
Yo cuando veo un tubo de dientes perfectamente doblado, y cuando presiento demasiada autodisciplina me entran ganas de salir corriendo. Los uniformes y los cuarteles nunca me han gustado.
En la imperfección existe la oportunidad de mejora. En cambio, una vez alcanzada la perfección, ¿qué aliciente queda?
Ahora bien, cuando el elogio de la chapuza proviene de la administración pública corremos el peligro de mentar la soga en la casa del ahorcado.
😉 De los decálogos a los tredecálogos (¿?), vaya enecalogistas chapuceros, vagos y obscenos nos estamos reuniendo ¿y esto era la larga cola del talento?
En serio, muy acertado. Como dijo Yoriento: al management por el oxímoron (o algo así) Reivindiquemos las palabras mal tratadas y la gestión «sucia». Me gusta mucho lo de aprender de los fallos. Dejémonos de tonterías, las cosas por su nombre (o no) ¡¡El éxito es hortera!! El fracaso, en cambio, produce obras maestras.
Los versos de León Felipe los copio ya y los pego en algún lugar íntimo, que quiero recordarlos en más de una ocasión.
De verdad, hay que seguir dando la vara a los manuales de manachment