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Lo que aprendí sobre gestión del cambio en la EGB
Recién clausurado el congreso Novagob 2017, voy a compartir una reflexión que se ha desarrollado por los pasillos entre sesiones. Abro paréntesis previo para aplaudir a organización y participantes por conseguir catalizar tanto talento en estos días. Cada año, un poco mejor.
En la comida de hoy, Toñi Monteagudo me hablaba de «la burbuja Novagob» para reconocer que existe otro mundo mayor y más áspero fuera del campo de sueños de la pequeña secta de la innovación pública. Hay que tener presente esa otra realidad cuando volvamos a nuestras instituciones con las mejillas arreboladas de buenas intenciones.
En estos dos días y medio hemos recibido una avalancha de mensajes positivos, motivadores, buenistas. ¿Quién puede quedar que no desee el triunfo del gobierno abierto? ¿Qué funcionario se opondría a un cambio a todas luces necesario? ¿Quién teme al fracaso, cuando sabemos que nos da la oportunidad de aprender? En cada cuaderno hemos registrado una serie de eslóganes que convencerán al más resistente.
Sin embargo, a partir de mañana nos dolerá un poco la tripa por si el lunes nos está esperando el o la de siempre para preguntar con sorna si era necesario ir a Tenerife a por innovación, que vaya excusitas nos buscamos para cambiar la oficina y la familia por la playa. (Un consejo: no entres al trapo, no expliques que en La Laguna no hay ni sol, ni playa).
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