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La felicidad de los funcionarios
Si el mes pasado reflexionábamos sobre la satisfacción profesional de los funcionarios, ahora damos otra vuelta más de tuerca y analizamos si el tipo de actividades que se realizan habitualmente en las administraciones públicas propician que los civil servants se sientan felices. Y lo vamos a hacer desde la perspectiva de lo que Csikszentmihalyi llamó experiencias de flujo.
Todos hemos vivido esos momentos maravillosos en los que concentramos los cinco sentidos en aquello que estamos haciendo y el tiempo parece que se transforma.
Lo explica muy bien en este párrafo el saxofonista de “El perseguidor”:
“Te estaba diciendo que cuando empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba. Esto se lo conté una vez a Jim y me dijo que todo el mundo se siente lo mismo, y que cuando uno se abstrae… Dijo así, cuando uno se abstrae. Pero no, yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar. Es como en un ascensor, tú estás en el ascensor hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se quedó ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos. Yo me di cuenta cuando empecé a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir así. No creas que me olvidaba de la hipoteca o de la religión. Solamente que en esos momentos la hipoteca y la religión eran como el traje que uno no tiene puesto; yo sé que el traje está en el ropero, pero a mí no vas a decirme que en este momento ese traje existe. El traje existe cuando me lo pongo, y la hipoteca y la religión existían cuando terminaba de tocar y la vieja entraba con el pelo colgándole en mechones y se quejaba dé que yo le rompía las orejas con esa-música-del-diablo”.
Lo que sigue es un intento de meter a los funcionarios en este ascensor de Julio Cortazar.
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