La administración experimental contada a los niños
El actual sistema de gobierno es ingobernable. No existen seres omniscientes que desde la lejanía de los centros de decisión puedan diseñar políticas que resuelvan la extraordinaria complejidad de lo real. Los que mandan, idean políticas razonables, que vienen a ser como la media aritmética de las políticas posibles. En esto se parecen al estadístico que va de caza y dispara un tiro por encima y otro por debajo del pato y piensa que, sacando la media, ha acertado. Sin exagerar mucho, se puede decir que sólo aciertan por azar, porque las políticas medias no corresponde casi nunca a las especificidades locales y porque no hay tiempo para tomar en cuenta todos los rebotes sistémicos que se pueden producir.
La administración experimental es un concepto en gestación que toma prestadas ideas de la democracia participativa, del movimiento por la subsidiariedad radical, de la web 2.0, de la empresa emergente, del republicanismo cívico, de la comunidad científica. No es un sistema completo. Aunque es un mero balbuceo, es un balbuceo esperanzador, y que está dando sus frutos aquí y allá de manera escondida. Funciona mejor con una concentración mayor de ciudadanos hackers.
La palabra experimental alude al sistema de creación de conocimiento de la comunidad científica. Todo nuevo conocimento empieza siendo una hipótesis y no se consolida hasta no pasar el filtro de la experimentación. Una vez probado que funciona, en unas condiciones determinadas, la comunidad científica puede aceptarlo, en una especie de estado beta permanente, a la espera de que otra teoría más completa falsee el conocimiento que provisionalmente damos por bueno.
Llevemos esto a lo público. Las políticas públicas se hacen reales en microentornos locales y allí es donde deben demostrar que funcionan. Los centros de decisión no pueden conocer cada microentorno. Incluso si lo consiguieran, deben convencer a las personas afectadas de que el programa que han diseñado, con muchas reuniones y asesoramiento de consultores externos, es la adecuada para ellas. Vano empeño.
Todo es más sencillo cuando se deja todo el poder a las redes locales. ¡Ojo! No he dicho a las delegaciones del Gobierno, sino a las redes locales, formadas por empresas, particulares, asociaciones… y funcionarios y cargos de primera línea de fuego. Cada red local debe tener poder para diseñar y ensayar su solución. Debe tener la oportunidad de cometer sonoros fracasos. Y sobre todo, debe tener la oportunidad de aprender de sus propios fracasos y de los aciertos de otras redes.
¿Estoy proponiendo que desaparezcan las estructuras de Gobierno? Pese a que albergo una pulsión ácrata, de momento no me atrevo a tanto, pero sí me gustaría un gobierno menos gubernamental. La administración se reserva un papel muy importante: establece las reglas del juego, asesora y apoya las iniciativas locales, mide los resultados, pone en común el conocimiento y posibilita el aprendizaje entre pares. También castiga la estupidez reiterativa y los actos criminales. ¿Os parece poco?
Ahora bien, que quede claro que esas reglas del juego deben ser ligeras y adaptables, que las iniciativas locales tienen que poder volar solas y que la medición no es contra resultados, sino en términos de mejora.
Un ejemplo que no sé si existe. Imaginaros que la atención primaria de la sanidad pública se subsidiariza radicalmente. El Departamento de Sanidad marcará unas reglas de juego que, en el caso de la salud, tendrán mucho que ver con saberes científico-técnicos como la epidemiología, y dotará de recursos económicos a los centros. A partir de ahí, el poder queda en manos de la comunidad sanitaria, formada por los gestores del centro de salud, por los profesionales médicos, de enfermería y de administración, por las personas del barrio al que atiende el centro y quizá por algún otro actor social, en función de dónde esté el centro de salud: empresas importantes, la escuela…
Se constituye un comité gestor que decide qué van a hacer con los recursos asignados al centro. En el caso de la salud, habrá unos servicios mínimos innegociables, pero por encima de ellos, la comunidad será quien decida si focalizar esfuerzos en la obesidad o en la odontología. La administración puede aportar datos epidemiológicos que ayuden a tomar las decisiones, mide el impacto y hace benchmarking con otras comunidades sanitarias. Por supuesto, también se da una vigilancia sobre indicadores clave sanitarios y se actúa rápidamente ante desviaciones en aquellos que se consideran críticos.
Una vez evaluado un ejercicio, cada centro tendrá libertad de seguir como estaba o de probar algo diferente, y para eso cuenta con la estupenda base de conocimiento de otros centros a los que les han ido bien las cosas. Centros con un desempeño extremadamente bajo serán tutelados de cerca por la administración.
¿Qué mejora tiene este sistema? No es que se trate de “dar a la gente lo que quiere”, sino que la gente se da a sí misma lo que quiere darse. Y eso es radicalmente otra cosa. Se llama participación, produce legitimidad y no tiene que ver necesariamente con el rito del voto. Yo opino que puede llegar a producir, además, mejores resultados, gracias a la combinación de actuaciones más adaptadas al entorno y a la mayor motivación de funcionarios y ciud
adanos por conseguir que el sistema funcione.
Actualización 22:00 > Adelantándose a mi intento de adivinar el futuro, Juan Freire ha mostrado un ejemplo de aplicación de la administración experimental, bastante diferente al que yo planteo, en el ámbito de la toma de decisiones sobre el tráfico urbano. Ver post 1 y 2.
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@Iñaki: no pongo los huevos en esto. Si enfatizo el poder local es porque el cambio debe ir en esa dirección, no porque el poder central se quede vacío de contenido. De cualquier forma, coincidimos: la receta es demasiado sencilla y no es la verdadera. De hecho, no pretende ser ni receta, ni verdadera (no existe una solución perfecta, compañero), sino simplemente una forma diferente de hacer algunas cosas.
Parece que pones todos los huevos en el cesto de dar el poder a los agentes locales, o sea, dotar de capacidad de decisión a los que realmente tienen que hacer las cosas y, por supuesto, a sus destinatarios. La receta me parece demasiado sencilla para que sea suficiente, para que sea la verdadera. Intuyo que harán falta más cosas, pero me gusta tu propuesta.Me gusta, primero, porque involucra a los funcionarios y a los ciudadanos. Nos quejamos de que los funcionarios están \»puestos por el Ayuntamiento\» y pasan de todo, son unos mandados, sólo se encargan de hacer cumplir unos procedimientos absurdos en los que nadie cree, empezando, claro está, por ellos mismos. Y nos quejamos, también, de que los ciudadanos pasan de los asuntos públicos y están distanciados de los políticos y de la política. Bueno, pues tu modelo les plantea el reto de \»ponerse en su lugar\», o sea, les pregunta: \»¿Y tú que harías?\». \»Pues, hala, hazlo\».Y me gusta, también, por el concepto mismo de experimentación. La Administración es muy segurola, se agarra al precedente como a un clavo ardiendo, no se moja ni en las inundaciones. Y tú dices: \»Hay que experimentar, como hacen los científicos\». Y a mí me parece bien. La innovación exige asumir riegos. Bien dicho, hay que experimentar. Y, además, necesitamos una Administración menos aburrida. O, al menos, que no se diviertan siempre los mismos, ¡joer!
Esto es, precisamente, esto es lo que necesita el urbanismo en Euskadi.Gracias por las sugerencias y por el \»Libro gordo\», Petete. Sinceramente.
Considéralo un anexo a la entrevista que nos estás haciendo, M@k.
Gracias por lo de niño ;-)Y por el artículo.