Cómo crear un monstruo: lecturas de un psicólogo funcionario
¿Qué tienen en común Caperucita, Blancanieves, Pablo Díaz y la Universidad de Deusto? Si lees estas divagaciones, llegarás a saberlo.
A Pablo Díaz la primavera ha puesto melancólico y le ha dado por recordar sus primeras lecturas sobre eGobierno. Como he desayunado proustianas magdalenas, me ha vuelto el recuerdo de mis primeras lecturas, que no tienen mucho que ver con el Gobierno. Permitidme que me ponga off-topic, aprovechando que es sábado sabadete.
Tened en cuenta que ya soy un caballero de mediana edad. Cursé estudios de psicología en la Universidad de Deusto, allá por los primeros 80, en plena movida. Era la época en que se gritaba “el hijo del obrero a la Universidad”. Por cierto, buena parte de los días, cruzaba el puente de Deusto sorteando las barricadas incendiadas de los de Euskalduna, cuando la industria estaba siendo expulsada de los márgenes de la ría.
El primer día de clase, en un aula sin ventanas con unos 300 estudiantes, un profesor nos aseguró que sólo una proporción marginal conseguiría trabajar como psicólogo. Los ánimos no estaban altos: buena parte del profesorado había arrojado la toalla en el primer asalto. Tal vez por eso, el currículo educativo se centraba en materias obsoletas e inservibles, con escasas excepciones. Mucha filosofía, mucho Freud, mucho conductismo. En cambio, sobre evolucionismo, computación, cognición, cerebro y mente, neurotransmisores… muy poquito. Apenas ningún saber procedimental, aparte de la estadística, un oasis de ciencia en un océano de culturilla general atrasada. Durante los tres primeros cursos, no había optativas. En cuarto y quinto, había cuatro asignaturas comunes y otra en la que podías optar entre dos.
Debo decir, en descargo de la institución, que yo fui lo contrario de un alumno modelo. Fueron cinco años sabáticos, dedicados a la literatura, la juerga, el rock’n’roll y el jazz, la promiscuidad sexual. Hice buenos amigos. Me doctoré en Proust, Faulkner, Cortazar, Boris Vian, Rulfo, Sábato, Nabokov, Gil de Biedma, Vallejo, Cernuda, Kavafis, Shakespeare. En Jack Danniels y Coltrane. Pero no vengo a hablar de esas lecturas, sino de las propias de la carrrera.
De los libros que tuve que leer ese quinquenio, creo que no puedo destacar en positivo ninguno, excepto a Piaget. Reconozco que manejé algunos buenos manuales, como el que empleamos para estudiar el cerebro (pero qué poco tiempo dedicado a esa materia fundamental), o el de psicología de la organización. The rest is silence.
Por suerte, después de años de nulo interés por las materias de mi carrera, volví a ella. Uno de los inductores fue el libro de Marina “Teoría de la inteligencia creadora”, de la época en que Marina era interesante. Ahora vuelvo mi mirada a las estanterías y leo los lomos de obras maravillosas, como:
- El instinto del lenguaje: de Steven Pinker
- El mito de la educación: de Judith Rich Harris
- La conciencia explicada: de Daniel Denett
- La búsqueda científica del alma: de Francis Crick
- La consciencia: de Cristof Koch
- La falsa medida del hombre: de Stephen Jay Gould
- El error de Descartes: de Antonio Damasio
- La evolución de la cooperación: de Robert Axelrod
- Teoría de la comunicación humana: de Watzlawick y otros
- Emoción y conocimiento: de Ignacio Morgado
- Fisiología de la conducta: de Neil, R. Carlson
- Comprehension: de Kintsch
- ¿Por qué es divertido el sexo?: de Jared Diamond
- Homos y heteros: de Joserra Landa-Arroitajauregi
¡Alimento para el espíritu! Recuerdo, en cambio, el infumable tocho que nos hicieron comprar –cuántos esfuerzos económicos, padres míos- para la asignatura de Psicología Evolutiva: “Psicología evolutiva y sus trastornos psicopatológicos”, de Carmelo Monedero. No fue inútil: durante la noche de unos carnavales en que me disfracé de Estatua de la Libertad, lo porté en la mano donde no llevaba antorcha. Era blanco.
En el capítulo dedicado a la primera infancia, podemos leer, entre lágrimas de risa:
“En los cuentos como Caperucita la oralidad juega un papel primordial. En los cuentos de buenos y malos, además de la escisión primitiva, son manifiestas las temáticas sadomasoquistas. Hay cuentos típicamente genitales estructurados según el complejo de Edipo. Uno de ellos es el de Blancanieves. (…) Blancanieves, la hija, se salva gracias a las atenciones del padre bueno, representado por los siete enanitos.”
Y sigue así durante más de 600 páginas. Para mi castigo, tengo ahora una hija devota de los cuentos de princesas.
Pero no me quejo. Podría haber sido peor: no me dio por estudiar sociología en plena orgía posmodernista.
Y a ti, mon semblable, mon frère, ¿cuáles han sido las lecturas que te han formado profesionalmente?
Pues me alegro mucho de que hayas leído a Carmelo Monedero. Se jubiló el año pasado. Fue mi profesor de psicopatología en la UAM, y uno de los mejores que he tenido en la carrera, dado el pésimo estado de la psicología clínica en España. Veo que tienes buen gusto leyendo a Pinker, Denett y Damasio.
Yo estudiaba Química en esos años y me lo pasé pipa con Asimov. Aunque no paré de leer nunca otras cosas, recuerdo llevarme a clase El nombre de la Rosa y empeñarme en traducir todo el latín con lo poco que yo sabía, que era nada. Cuando estudiaba informática no recuerdo ningún libro en especial pero luego estudiando Teología son incontables, Kung, Leonardo Boff. Eso que dices de que Marina antes era interesante me ha dejado muy intrigada, yo le sigo hace poco, le descubrí hará dos años o así y me leí lo que había en la biblioteca pública, no sé de qué año eran los libros pero me gustó mucho. El viernes pasado estuvo en Alcalá en una conferencia pero no pude asistir. Me gustaba su bitácora aunque la tiene abandonada hace un año o así.
Iñaki, pues suena bastante sexy lo de la pérdida de carga en los codos de las tuberías.
Y gracias por lo del txoko, pero verás que no practico las 5S.
He estado experimentando con Flickr. Si pincháis en la foto, la veréis en flickr, acompañada de notas informativas. Una chorradica que puede tener usos más serios.
Si tuviera que remontarme a las lecturas de mi época de estudiante me tocaría referirme a temas tan anodinos (al menos, desde el punto de vista de mis intereses actuales) como la pérdida de carga en los codos de las tuberías o la problemática resistente del hormigón armado. Es lo que tiene la Ingeniería. De aquella época sólo recuerdo un libro: el Alonso-Finn, de Física de primero.
Después, cuando estudié Economía en la UNED (salvo dos asignaturas que dejé por imposibles y porque no les encontré la gracia: Econometría de 4º y Hacienda Pública de 5º) leí cosas que me interesaron más, relacionadas, sobre todo, con la política económica y con la economía internacional. Como lectura recomendable citaría un libro del que conservo un buen recuerdo: «El desarrollo del pensamiento económico» de Henry W. Spiegel. Un interesante tocho de 900 páginas, pero que no entraba entero para el examen ;-).
Eso sí, mis años de estudiante no fueron nada sabáticos. Lamentablemente.
Veo que la diversidad en este blog está asegurada.
Por cierto, muy coqueto tu txoko. Parece que la mudanza ha merecido la pena.
De valiente, nada. Estaba deseando meter el tocho de Monedero en un post. Ha sido un acto catárquico. Como bien dice Jaizki, esto lo explica TODO.
Esto explica muchas cosas… ;-P
Eres un valiente por atreverte con la arqueología intelectual.