Aprendamos de los tunicados
Con vuestro permiso, me voy a permitir publicar un post eminentemente dominical sobre la vida de unos extraños animales marinos: los tunicados.
He conocido de la existencia de los tunicados por uno mis blogs favoritos: Fiscalización, de Antonio Arias.
Para ampliar la información sobre estos curiosos animalitos, Antonio incluye en su post un enlace con otro blog que también merece mucho la pena: “Ciencia para impacientes”.
Si os animáis a seguir leyendo, podréis comprobar que tenemos bastante que aprender de estos simpáticos animalitos.
Como podéis leer en el artículo “El cerebro de los tunicados” (os lo recomiendo), estos animalitos nacen con un cerebro que utilizan durante una hora, justo hasta que encuentran un lugar idóneo para establecerse durante el resto de su existencia. Después absorben su propio cerebro, porque ya no lo necesitan: su única actividad es bombear agua marina, filtrarla y obtener nutrientes de ella.
Con buen criterio afirman en “Ciencia para impacientes”: “Sin movimiento, sin cambios inciertos a la vista, cuando ya no hay nada nuevo que aprender, el cerebro se convierte en algo superfluo”.
No hace falta ser muy perspicaz para adivinar cierto paralelismo entre el comportamiento de los tunicados y la conducta de los humanos.
El ejemplo paradigmático sería el de los funcionarios, que nos vemos obligados a utilizar el cerebro para superar una oposición y luego podemos pasar el resto de nuestra existencia “bombeando expedientes” y utilizando el cerebro tanto (o tan poco) como nuestra ética (mejor, inquietud) profesional nos lo exija.
Los humanos somos capaces de lo más y de lo menos, según el nivel de exigencia a que estemos sometidos.
Por ejemplo, Steve Jobs en su famoso discurso en la Universidad de Stanford reconocía que las grandes oportunidades de su vida habían estado asociadas a situaciones difíciles en las que se había visto obligado a comenzar de nuevo.
En lado opuesto, podríamos situar la decadencia de las grandes civilizaciones cuando llegan a un alto nivel de acomodamiento o, en otro orden, la crisis de las empresas familiares en las segundas o terceras generaciones.
Es peligroso llegar a una situación en la que ya no hace falta utilizar el cerebro, porque entonces no seremos capaces de hacer frente a los nuevos retos que se nos puedan plantear.
En “Ciencia para impacientes” concluyen que: “Quizás los humanos también necesitamos de esa alternancia de periodos de movimiento, de “inteligencia”, con periodos de confortable estabilidad”.
La cuestión es, como tantas veces, acertar con el punto de equilibrio.
Si los tunicados debieran renovar cada cinco años el derecho a seguir fijados a la roca, igual la madre naturaleza no les hubiese privado del cerebrin. Tampoco faltará quien piense que al ser hermafroditas ya no necesitan pensar, que la reproducción consume muchas energías …
Bueno, gracias por las gentiles palabras. Sois un ejemplo.
Encantadores bichillos. Son como una versión acuática de mí mismo en una tarde de domingo. Suena bien como insulto: «tunicado, que eres un tunicado».