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Cómo mejorar la participación. Cómo estropearla


Desde que ha llegado la primavera –April is the cruellest month– he centrado mis intervenciones en el asunto de la participación ciudadana. Como diría Chuck Norris, tengo que cambiar de estilo para no encasillarme, pero hoy me permitiréis que reincida, sólo para enlazar a algunas ideas que lanza Julen Iturbe.

Julen enfrenta el problema de la falta de participación, espina de Ishikawa en mano, y extrae una lista maravillosamente clarificadora de ocho causas que explican la alta y la baja participación -él dice que son siete: es de letras. Corto y pego un cacho grande, pero recomiendo leer el artículo completo.

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  1. El tipo de participación. Es diferente participar en el origen de algo (la comunidad de desarrolladores de Linux participan en la construcción original) que hacerlo cuando ya está existiendo previamente (me apunto a RichDad club o a PMBA o a la asociación del barrio).
  2. En el «qué» de la participación hay mucha miga: ¿me afecta directamente o no? Participo en algo que tiene que ver con mis cosas, que forma parte de lo que habitualmente hago, que no me lleva a un escenario diferente del que estoy acostumbrad@, ¿o me conduce a un nuevo territorio? Hay que eliminar barreras de entrada.
  3. Mis beneficios personales: qué gano con la participación. Somos egoístas, en mayor o menor medida, pero somos egoístas. Tengo que sacar algún beneficio personal. Es probable que Vilfredo me venza si no veo con claridad nítida qué gano con participar.
  4. El coste de acceso. Relacionado con la segunda rama, se trata de que el coste tienda a cero o sea realamente cero. Participar debe resultar tan fácil como sea posible. No me hagas entrar en una herramienta compleja. Recuerdo los principios del laboratorio de la simplicidad del MIT. No me lo pongas difícil, por favor.
  5. El mantenimiento de la tensión participativa. Si ya estamos en ello, si grupos pequeños están participando, hay que generar tensión constante. No podemos decaer. Si fuéramos psicólogos conductistas aplicaríamos un programa de refuerzo contingente. No sé si llegar hasta ahí, pero hay que mantener la tensión dentro de unos límites. No hay que agobiar, pero hay que agobiar; no hay que dejar todo en manos de quienes participan, pero pudiera ser que sí… Aquí no hay receta que valga: tú decides la tensión en cada caso.
  6. La cultura local, específica del colectivo. Hay personas y culturas más proclives y otras menos. ¿Juegas con ventaja o partes de cero? Experiencias anteriores fracasadas y expuestas en el cementerio de los proyectos inconclusos conforman una barrera impresionante. Mira al pasado y deduce si allí la cultura es pro o es contra. En cualquier caso, empieza por la fácil y simple, no hay grandes objetivos, sólo uno: participar. Luego ya vendrá el análisis del tipo de participación.
  7. La incorporación «transparente» a la actividad cotidiana: participación que no es percibida como participación. Si antes hablábamos de costes muy bajos (o inexistentes de acceso) aquí lo que decimos es que la participación debería fagocitarse. Haces algo y a eso antes le llamamos «participar». Ahora forma parte de lo cotidiano. Enhorabuena.
  8. Valorar la participación puede matarla antes de nacer. Obsesionados con la medición, con el análisis, con evaluar la aportación importante de la que no lo es tanto, muchas veces hemos matado a la criatura antes de que vea la luz. El problema no es de calidad, es de cantidad. Si tu cantidad está cercana a cero en esto de la participación, ¿por qué ponerse a evaluarla?
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