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Cómo deshumanizar a un servidor público


Virginia, una de nuestras comentaristas más asiduas, también ha leído y ha escrito sobre «La mirada interior«, de Nicholas Humphrey, del cual hablábamos en el post de ayer. A ambos nos impresiona especialmente un pasaje del libro, donde describe el adoctrinamiento de los médicos de hospital como similar al de los reclutas en los campos de entrenamiento. Por cierto, el padre de Nick Humphrey, a quien él quería y admiraba, era médico. Lo digo para los que piensen que no sabe de lo que habla, o que odia a la profesión médica.

A continuación, copio el escalofriante texto original. Os dejo como ejercicio personal la adaptación de esta narración a otras variedades de servidores públicos.

«¿Cómo se transforma a un hombre joven, que podría haber sido cualquier cosa, en un médico de bata blanca que habla por encima del hombro tanto a las enfermeras como a los enfermos, que no tiene tiempo ni para sus pacientes ni para él mismo, y que hace trabajos de restauración en la gente como si estuviera haciendo una reparación en un coche?

Para empezar, le prometen un título, Dr. Tal y Tal. Desde el momento en que un estudiante ingresa en la carrera médica se le induce a pensar que ya nunca será como los demás. Se convierte en un novicio, en espera de su admisión a misterios que conocerá solamente tras un aprendizaje que le costará considerable sufrimiento. Se aísla de sus compeñeros y, en muchas escuelas, se le anima a que siga las tradiciones de hermandad y chabacanería que en Gran Bretaña han constituido la tradición de los estudiantes de medicina. Los primeros años de preparación se caracterizan por la exigencia de acumular, sin más preguntas, un montón de conocimientos anatómicos y fisiológicos (muchos de los cuales no tienen, y puede que no lleguen a tener, ninguna relación con sus necesidades futuras). Pasada la prueba de los exámenes, continúa su aprendizaje como interno en un hospital. Las horas son largas; las condiciones espantosas, y su vida social, una ruina. En esta etapa se le exigen continuamente (puede que de manera coercitiva) signos de respeto. Debe hablar y vestir de manera correcta, y aceptar que sus opiniones personales deben subordinarse a las del especialista al que está ligado. La responsabilidad, cuando finalmente se le otorga responsabilidad, le convierte en el aprendiz del médico. Pero no tiene ni tiempo, ni en muchos casos la experiencia o el juicio clínico suficiente, para ejercer su responsabilidad con eficacia. Se encuentra en situaciones en las que tiene que tomar decisiones acerca de gente por la que no siente un interés personal, bajo condiciones en las que no siempre puede saber cuáles serán las consecuencias. Si aceptaran la carga de la responsabilidad, ésta sería inaguantable; pero no la aceptan, la profesión misma toma la responsabilidad y oculta los errores en público, excusándolos en privado. El médico, en cualquier caso, está protegido ante las consecuencias humanas de sus decisiones por un lenguaje sustitutivo que habla de la gente como casos y de sus malestares como desórdenes patológicos.»

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  1. 15/06/2006 a las 20:22

    Pues sí, en la relación del médico con el paciente, para el médico la situación puede ser muy rutinaria, pero para el paciente es muy especial. Y se agradece un poco de \»humanidad\».Ah! Y hablando de vacunas, se me ha olvidado citar el humor, tal vez nuestra característica más humana, una maravillosa compensación de la naturaleza. ¿Qué sería de nuestra vida sin humor?

  2. 15/06/2006 a las 20:22

    Aunque estoy de acuerdo con que hay que desdramatizar, desde el punto de vista de la atención, e incluso desde el punto de vista de la calidad de las decisiones clínicas (ver Damasio), es importante que el médico conserve intacta su capacidad de empatía, de comprensión de los sentimientos del paciente.De esa forma evitaremos los problemas que Iñaki cuenta en este post, y Julen en éste y este otro.

  3. 15/06/2006 a las 20:22

    Estoy de acuerdo con el comentario de Virginia al post anterior: \»hay que desdramatizar\». Relativizar es la mejor vacuna para conservar la salud mental.Supongo que la rutina, y no sólo el entrenamiento, también contribuye a esa deshumanización. Cuando abres habitualmente a las personas para operarlas, supongo que al final es fácil olvidarte de que lo que tienes delante es una persona única e irrepetible o, al menos, considerarla \»un paciente más\».Vamos, que a todo nos acostumbramos, aunque a veces nos parezca increible.Pero, bueno, estoy convencido de que la mayoría de los \»servidores públicos\» no estamos deshumanizados, ni mucho menos.

  4. 15/06/2006 a las 20:22

    Gracias por volver a recordarme ese pasaje. Fue de los que más me impactaron del libro. Se me ocurre que esto también pasa, no en tal grado, pero algo, con los profesores universitarios.

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