Menos controles internos y más transparencia
Con este post cierro la trilogía sobre discrecionalidad, control y transparencia.
Comenzamos la trilogía reclamando un mayor margen de discrecionalidad para los gestores públicos y la continuamos proponiendo que los expertos dedicados al control interno se conviertan en facilitadores para que los gestores realicen su trabajo en una dinámica de mejora, innovación y aprendizaje permanente.
Hoy toca reflexionar sobre los mecanismos de control y evaluación que permitan la rendición de cuentas que los poderes públicos deben a la ciudadanía.
En mi opinión, las claves de un control efectivo de la actuación de la Administración pública serían las dos siguientes:
- Orientación a los resultados, más que a los aspectos formales
- Más transparencia hacia fuera y menos controles internos
Es fácil controlar que todas las memorias hayan sido escritas y todos los gastos justificados con sus correspondientes facturas, pero me temo que con eso nos quedamos muy lejos de garantizar que la gestión haya sido adecuada.
Puede ser más difícil, pero las técnicas para evaluar los resultados están inventadas desde hace mucho tiempo, empezando por el presupuesto por programas (tan infrautilizado) y terminando por las teorías de evaluación de políticas públicas (tan abundantes en la literatura académica). No es tanto un problema de dificultad técnica, como de voluntad política.
Hay que evaluar los resultados y, más allá, su impacto en la sociedad. Decía Jordi Pujol que a él más que el funcionamiento de la Generalitat, le interesaba que Catalunya funcionara bien. Esa es la idea.
Esa es la evaluación que importa. Por cierto, que esa es también la evaluación que apenas se intenta. En su lugar, dedicamos nuestros mejores esfuerzos a poner la lupa en los aspectos formales más accesorios. Y nos quedamos tan anchos.
Por otra parte, los controles internos no dejan de ser una cosa entre nosotros (cosa nostra). Puede resultar incómodo que el interventor nos saque los colores de vez en cuando, pero a fin de cuentas todo queda en casa.
Resulta más incómodo y, por ello más exigente, que el control sea externo, sobre todo si es ejercido por los propios destinatarios de las actuaciones.
Por ejemplo, me puedo esmerar en la redacción de un informe de adjudicación de un contrato administrativo que me va a fiscalizar un letrado del órgano de contratación, pero es probable que todo lo que tenga que sugerirme sea algún tecnicismo para sofisticar el baremo de valoración. Desde luego me pone más las pilas redactar el informe para su presentación a los licitadores. Bueno, era un ejemplo.
Por eso pienso que la transparencia de las actuaciones administrativa es más eficaz que los controles internos, pero esto lo explica bastante mejor Antonio Arias en el resumen de la ponencia de Enrique López González:
“No resulta difícil constar como, en una época en la que crece la insatisfacción y desconfianza en las administraciones, parece no ser prioritario facilitar nuevas formas de ciudadanía basadas en la apertura y la transparencia. La rendición de cuentas, no importa el tamaño o nivel organizativo de la “cosa pública”, se les atraganta a los responsables, políticos y directivos públicos”.
Por cierto, ya que le hemos citado, Antonio Arias ha publicado recientemente una joya en su blog: las recomendaciones de Ramón Muñoz para el ecosistema de la fiscalización. Ramón Muñoz ha ocupado prácticamente todos los cargos posibles en el mundo de la fiscalización y acaba de recibir la medalla de oro del Tribunal de Cuentas Europeo.
Ha sido un placer leer las opiniones de alguien que puede hablar del tema con tanta autoridad, en las que recomienda medidas como las siguientes:
- abrir las posibilidades de nombramiento de los miembros y funcionarios directivos de los Tribunales de Cuentas “más allá de los estrictos límites de los grupo políticos”,
- más acercamiento y colaboración con las administraciones fiscalizadas para dar mayor eficacia a nuestras tareas,
- entrar en el análisis de los sistemas y de la organización, que representan alrededor del 80% del gasto público,
- adaptación de las funciones de fiscalización a los conceptos y las prácticas que exige nuestro mundo de hoy y la tecnología que nos rodea.
Termino este post con unas palabras de Ramón Muñoz:
«Creo en definitiva que poniendo interés, imaginación, limpieza de miras, colaboración, eso que se llama con tanta sonoridad transparencia, y mucha imaginación documentada podremos servir a nuestras instituciones, a nuestros estados e incluso al futuro, para con sencillez, y como decía Ortega y Gasset, “hacer bien las cosas”».
Para que sea efectiva la transparencia opino que previamente hay que pasar por mejorar las estructuras administrativas, los sistemas de gestión y los recursos humanos, haciéndolos mas efectivos mediante la formación continua y sus impliacación en la organización a la que pertenece.
Me alegro de que haya consenso sobre la transparencia. Habrá que trabajar más la cuestión de la evaluación. Habrá que objetivar de alguna forma si lo estamos haciendo bien o mal (cuali), y como de bien o de mal (cuanti).
Felix, no puedo estar más de acuerdo contigo. Poco bueno se puede esperar de un sistema que basa su funcionamiento en la desconfianza.
Habrá que reflexionar sobre los cómos y después llevarlos a la práctica, o sea, pasar a la acción. Quedarse en el diagnóstico me sabe a poco. El tiempo apremia.
La principal razón de los controles ex-ante es la desconfianza del sistema hacia el gestor. Por su propia naturaleza, esta forma de actuar sólo puede intervenir en la forma pero no en el fondo de la gestión. En un sistema en el que el miedo y la desconfianza es la base del funcionamiento, necesariamente ha de ser oscuro e ineficaz. Lo cual a la postre acaba generando ese ambiente de «cosa nostra» que tan bien reflejas.
La especialización de los órganos de control ex-ante tiene además un efecto de dispersión de objetivos. Pareciera como si estos organos no viesen más allá: el fin ultimo del servicio al ciudadano.
La transparencia como principio de funcionamiento, el trabajo por objetivos explícitos y compartidos, evaluado en base a indicadores de resultado final y calidad del servicio al ciudadano, y en última instancia la realimentación constructiva de éstos (no hablo de las elecciones) son enfoques mucho más eficaces que además pueden ayudar a disolver poco a poco la desconfianza como principio.
Has completado una excelente tripostia (¡uy! qué mal suena: dejémoslo en trilogía).
Ya sabes que para mí la transparencia es poco menos que una obsesión. La administración tiene que dar acceso a la información. Aún más, tiene que mostrar (verbo activo) la información. Aún más, debe configurar sus sistemas de información con lógica API, para permitir que cada ciudadano manipule los datos y construya su propia información. Todo lo que se insista es poco.
En cuanto a la orientación a los resultados y la evaluación, mis sentimientos son ambivalentes. Tu razonamiento es válido y yo también preferiría que nos fijáramos más en los resultados y menos en los controles. Sin embargo, me parece que no termina de encajar con una concepción participativa y experimental de la organización. Nos interesa experimentar soluciones y producir innovación de manera ubicua. Si medimos resultados sobre una planificación a priori, estamos incentivando justo lo contrario.
Claro que igual me he subido a una parra muy alta. Si estamos hablando de redactar un pliego de contratación, me vale lo que dices. En cambio, si hablamos de evaluar políticas públicas, deberíamos redefinir algunos conceptos para estar de acuerdo.
Así, para mí los resultados a medir deberían potenciar el esfuerzo innovador. Una idea podría ser efectuar mediciones con lógica de benchmarking y tomar como indicador la mejora antes que el resultado absoluto. Si la evaluación se establece en la cúspide siempre se parecerá al Juicio Final. Cada equipo debería poder evaluarse a sí mismo y sería bueno que funcionara también la evaluación inter pares. Y, en todo caso, apoyar al que hace, para que siga haciendo y no se pare, por más que tropiece de vez en cuando. El que no hace nada, no suspende en las mediciones.
Una vez más, excelentes reflexiones que abren un interesante debate.
Como ciudadano creo que la transparencia es un gran argumento para cambiar la percepción del trabajo de la Administración. Primero porque desmonta el argumento de «a saber lo que estarán haciendo» (o sea, holgazanear unos y meterse comisiones en el bolsillo otros). Segundo porque no incide en la venta cosmética de un programa u otro sino en «hacer». Me refiero a que a mayor transparencia, menos esfuerzo en la comunicación y más en el trabajo.
La evaluación, no obstante, siempre ha sido complicada. Quizá porque hay tantas medidas como medidores.