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Innovación social: no al promedio de leche de vacas
En una entrevista que leí hace años, Sáenz de Oíza, para explicar lo que menos le gustaba de la arquitectura de finales de siglo XX, empleaba esta expresión: “promedio de leche de vacas”. La leche de vaca era la leche de la vaca Rosita, con su sabor irrepetible. La leche de vacas, en cambio, es la mezcla industrial de leche de vacas anónimas, desnatada, homogeneizada y vuelta a engrasar en una proporción determinada. Los promedios nunca son extraordinarios.
En otra entrevista antigua, Johann Cruyff afirmaba que no le gustaba que sus jugadores estuvieran en una forma física óptima, porque entonces corrían demasiado y pensaban menos. Cuando un jugador corre mucho, se parece a otros jugadores que también corren mucho. En cambio, un jugador que piensa puede inventar algo diferente y subversivo.
Ricardo Semler, en un proceso de selección pregunta las razones por las que se ha escogido a un candidato. -“Porque era el más adecuado”. Entonces indaga: -“Y, ¿había alguno inadecuado?”. -“Sí, había uno así”. –“Pues vamos a contratarle, que no tenemos a ninguno como él”.
Innovación: cuestión de actitud
En algún momento de este debate interbloguero sobre la innovación pública hemos dicho que la innovación es un asunto de personas. De personas y de contexto, de innovadores que respiran cultura de la innovación.
La cultura de la innovación se manifiesta en valores y el factor humano se muestra en comportamientos. La interfaz entre valores y comportamientos son las actitudes. Las actitudes son valores destilados o, también, comportamientos hechos tendencia.
Las actitudes se construyen. Aunque una vez adquiridas hacen callo, son modificables. A veces, de manera casi mágica. Así fue, por ejemplo, que a principios del siglo pasado los puritanos norteamericanos pasaron a ser compulsivos consumidores a crédito en un lapso de menos de una década.
Mi amiga Marijo nos ha enviado una lista de actitudes para la innovación. La rescato del limbo de los comentarios y la elevo a este post. Oro molido:
Cultura de la innovación para el oGov
La innovación es una posibilidad que puede ser favorecida o desalentada. Tal vez no sea posible sistematizar, industrializar ni automatizar la innovación, pero ciertamente es posible crear un contexto donde florezca. Esta es una lección universal, que vale para la administración y las empresas, para las ciudades creativas y las sociedades innovadoras.
Vamos a darle una vuelta a esto del contexto. Como algunos habéis escrito mucho y bien sobre esto, haré uso profuso de la cita.
El siempre razonable Óscar Cortés afirma:
«Para el éxito de la innovación es fundamental disponer de un contexto que la propicie: el tipo de organización (planas, adhocráticas, informales, flexibles, versátiles), el valor supremo de la persona (motivada, formada, valorada, reconocida), la capacidad de asumir una prima de riesgo y coste o relativizar el factor tiempo en la obtención de resultados (innovar no puede someterse a plazos).»
La innovación, el Open Government y la Administración 2.0 se construyen desde abajo
Últimamente he aparecido poco por la blogosfera pública, precisamente en un momento en que se están planteando debates transcendentales. Regreso a la arena para aportar mi grano de ídem, con la intención de tejer una tela con los hilos que habéis ido dejando sueltos Javier Llinares, Óscar Cortés, Roc Fàges, Montaña Merchán, Félix Serrano y algunos otros que habré olvidado.
La tesis de hoy es sencilla de enunciar:
la Administración es una máquina que genera estructuras de poder por doquier, y esa es una barrera fundamental para la innovación y, desde luego, para aventuras más radicales como el Open Government o la Administración 2.0.
¿Por qué es tan importante la innovación para la administración pública?
Todos coincidiremos en que, en la actual economía en red, la innovación se justifica por ser el elemento más influyente a largo plazo en el incremento de la productividad y, de rebote, de la competitividad.
Por lo tanto, la innovación es un imperativo para las empresas que nadie discute y que la administración debe fomentar. Ahora bien, la administración ha empezado a contemplar la innovación no sólo como un bien a promover en la sociedad, sino también como un principio director para su propia actividad. La administración quiere ser una administración que innova.
Yo también deseo una administración innovadora, pero daré algunos rodeos para llegar a esta conclusión.
¿De qué color son las gafas de la innovación?
En un post anterior, tratamos de definir el concepto innovación de manera restrictiva, para evitar que se fundiera en un puré con otros conceptos afines. A continuación, me propongo rebabar la pieza, para lo cual tendré que tomar postura acerca de la diferencia entre calidad e innovación. En el camino, volveremos a toparnos con la modernización y la administración electrónica.
Antes tengo que hacer una precisión terminológica. La definición más precisa de “innovación” sería la de Daniel W. Rasmus (gracias, Ricardo), que admite esta traducción resumida: “una actividad dirigida a producir productos o servicios que son originales y de valor comercial”. Por desgracia, no tenemos una palabra para el resultado de la innovación (“novedad” no vale), por lo que también emplearemos “innovación(es)” para los productos y servicios innovadores.
¿Merecería la pena acuñar un nuevo término? En Twitter, algunos han colaborado para acuñar este divertido palabro: “innovento” (gracias, Miguel).
¿La administración pública produce innovaciones?
Pero, ¿qué es innovación en el ámbito de lo público? ¿Modernizar e innovar son sinónimos? ¡Vaya usted a saber! La palabra modernización se sabe donde empieza, pero no donde termina, ya que tiende a ampliar su significado a medida que nos inventamos nuevas herramientas y modelos de gestión. Al concepto “administración electrónica” le sucede lo mismo, pero en dirección opuesta, como podéis ver en el gráfico adjunto.
En junio de 2006, Iñaki publicó un post al que llamó administraciones públicas innovadoras, donde decía que innovar en la administración es “utilizar el conocimiento para cambiar y desarrollar nuevas políticas públicas, procedimientos administrativos, servicios públicos y modelos organizativos». ¿No nos vale esa misma definición, con algún pequeño retoque, para la palabra “modernización”? ¿Estamos simplemente, como diría Quevedo, remudando vocablos?
En vista de la confusión terminológica, yo reservaría la palabra innovación, cuando la empleemos en el ámbito de lo público, para nuevas y mejores formas de producir los servicios públicos. Esto es, cuando inventamos, ponemos en marcha y conseguimos que los ciudadanos usen un nuevo servicio, un nuevo canal o una nueva forma de prestarlo. Esa es la innovación sustantiva, la innovación innovadora.
¿De qué hablamos cuando hablamos de innovación?
Podemos agrupar la legión de definiciones de innovación en dos grandes grupos, a los que llamaré innovación sustantiva e innovación adjetiva:
- Innovación sustantiva: producto o servicio novedoso que tiene la característica de haber sido colocado exitosamente en el mercado. En el libro “La cometa de la innovación”, B+I Strategy la formula así: innovación = invención + comercialización.
- Innovación adjetiva: aplicación de la idea de innovación, por analogía, a todos los subsistemas productivos o, incluso, a cualquier aspecto de la vida.
No es cosa de tomar partido por ninguna de las dos definiciones, sino de entender que aluden a objetos diferentes. Tal vez se vea más clara la diferencia en el verbo “innovar” que, en la primera acepción, sería “producir invenciones e introducirlas en el mercado”, mientras que, en la segunda, admite esta definición de Carlos Fernández: “utilizar el conocimiento para cambiar y desarrollar nuevos productos, procesos, negocios y modelos organizativos”.
Innovación: abrimos debate
Innovación es una de las palabras mágicas del momento, uno de los conjuros de moda que nos quitarán las verrugas y nos transformarán en princesas rosas y en príncipes azules.
En el sector industrial, se trata de un imperativo para la supervivencia. En el sector servicios, un enigma no siempre resuelto. En la administración pública, un deseo formulado de forma vaga.
Como suele pasar cuando un concepto se hace moda, no tardaremos en devaluarlo, trivializarlo y usarlo para absolutamente todo. Ahora que la innovación todavía posee alguna potencia, voy a dedicar un buen número de bits a jugar con él. Durante las próximas semanas trataré de provocar el debate y, sobre todo, espero disfrutar y que disfrutéis.
Advertencia: me hallo bajo la influencia del libro con el que viajo estos días: “La sociedad red: una visión global”, editado por Manuel Castells, uno de nuestros dioses lares. De aquí tomo una cita, que interpreto como la razón para que simples blogueros como nosotros mantengamos la ambición de cambiar el guión del porvenir.
“Todas (las) redes tienen algo en común: son las ideas, las visiones y los proyectos los que generan los programas; y éstos son materiales culturales”.
Las ideas pueden reprogramar las redes. De acuerdo con esta máxima, seguiremos emitiendo ideas y fortaleciendo los enlaces. Con vosotros.
¿Red de innovadores de Euskadi?
Así que esta semana he conversado con David Bartolomé, a través de los comentarios de su blog, sobre el modelo de Infonomia y la posibilidad de poner en marcha alguna iniciativa similar en Euskadi.
Me parece que el tema es interesante y puede dar de sí. Por eso le quiero dedicar este post, y seguramente no será el último. Todos los comentarios serán bienvenidos.
Entre paréntesis, perdonad por la longitud del post. Se me ha ido la pluma. Espero que los que tengan interés en el tema hagan el esfuerzo de leerlo (y a los otros les da igual).
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